Autor: Fábula de Esopo
Tiempo de lectura: 6 minutos.
Así comienza la fábula
En el campo al amanecer, es bien sabido, pero sobre todo oído, que las aves son las primeras en avisarnos que ya el sol se levanta por sobre toda la superficie hasta donde se puede ver.
El hogar de gorriones, golondrinas, saltamontes, hormigas, abejas y un sinfín de animales más, era un verde y frondoso árbol de manzano, sin embargo, cuanto crecía sus raíces se aferraban más a la profunda tierra: no lograba dar ningún fruto.
Tranquilos ellos se contestaban entre silbidos y trinos, entre zumbidos y chillidos se decían:
- Señores buenos días, iremos a buscar alimentos, nuestros polluelos pian de hambre, ¿alguien puede cuidarlos un rato?
- Yo lo haré, si es que tú cuidas a los míos después.
- La sábila de este árbol es suficiente alimento para nosotros ¿Por qué buscar afuera?
- Oh pequeña hormiga, todas Uds. Disfrutan de tan poco y no buscan más, desconozco si será suficiente, pero nosotros somos otros, y necesitamos otras cosas y
- más.
- En todo caso, nosotros también nos quedaremos, cuidaremos nuestro hogar.
Así estos cantaban despreocupados, no esperaban que algo cambiara pues el árbol de manzano.
El campesino y el árbol de manzano
Cada día pasaba así, los animales hacían de las suyas cada mañana, mientras se levantaba a trabajar desde muy temprano el dueño de unas hectáreas llenas de sembríos de papas, camotes, yucas, maíz, etc.
Al llegar tarde a regresar a su casa, no tuvo la oportunidad de ver por mucho tiempo un árbol en su jardín del cual esperaba comer sus manzanas, sin embargo, el muy distraído prefería seguir de frente a sus aposentos.
Un día, mientras arreglaba su jardín, escucho mucho revuelo, levanto la mirada y frente a él vio su árbol de manzano, tan verde, tan grande, con tanto estruendo, su sombra se veía fresca, pero tapaba la luz del sol para las plantitas que tenía allí.
Se extrañó de no ver ningún fruto en tal árbol, pues la temporada se venía con todo y una buena cosecha: Decidió tomarse un día para poder quitarlo.
Él prefería obtener de las plantas pequeñas más frutos de los que el manzano no le daba.
El día llegó.
Se levantó bien temprano, después de un gran desayuno con pan, huevos y té, se sobo la panza y fue a buscar su hacha.
En el camino pensaba si haría sillas o una mesa. Si acaso sacaría la madera suficiente para hacer algo de lo que se imaginaba.
Al primer golpe de su metal sobre la raíz, la agitación de las aves se hizo sentir. Volando cerca del campesino y queriendo decir:
- Oh gran hombre de armas, por favor no tumbes nuestro hogar. – Le rogaban las golondrinas y gorriones.
- Las hormigas y los demás insectos: tenga piedad señor, aquí criamos a nuestra prole, nuestras familia.
El aleteo y aglomeración de los distintos animales solo distraía al campesino, pero este siguió dándole golpes al tallo.
Después de lograr un golpe profundo noto como una cristalina y brillante miel resbalaba sobre la corteza del manzano. Las abejas habían hecho de un hueco su panal y guardaban la rica miel en su interior.
Después de probar la miel, dejo el hacha y comenzó a cuidarlo con devoción.
Lo único que motiva al hombre es el interés personal.
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